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febrero 16, 2012 by
admin
Hace unos pocos días me preguntaron acerca de los perjuicios que podía ocasionar el yoga. Es bastante difícil que, como profes, nos focalicemos en hablar de los daños en vez de los beneficios. Muchas veces decimos que esos perjuicios no son la consecuencia del yoga sino el resultado de una mala aplicación o de algo que nos negamos a asociar con la verdadera práctica del yoga.
Sin embargo, es importante hacer algunas aclaraciones en este aspecto. Yoga es una ciencia muy antigua; no en el sentido moderno del término sino en cuanto a la aplicación práctica de un “modelo” que tiene en cuenta métodos, pasos, técnicas que se sirven de herramientas precisas. Para poder lidiar con todas estas variables, necesariamente se requiere de una formación comprometida y continua. Más allá de todo el bagaje teórico que pueda encontrarse en nuestras formaciones (desde las fuentes más antiguas que se remontan a cientos de años hasta las versiones más modernas o “remixadas”), los profesores de yoga lidiamos con seres mortales. Esto es: personas de carne y hueso con problemas que en muchos casos afectan su calidad de vida y su salud. Frente a esta situación cotidiana en nuestro trabajo, dejo planteadas estas preguntas que apelan al ejercicio de nuestro más sabio sentido común:
¿Es posible pensar que una postura –per se- va atener efectos iguales en cualquier persona, de cualquier edad, en cualquiera etapa de su vida?
¿Es posible imaginar que voy a poder corregir mi escoliosis (desviación más o menos simple, dentro de las patologías de columna) en una clase grupal general de 30 personas?
José sufre de stress y decide probar una clase de yoga siguiendo el consejo de su médico. Se anota en una clase grupal y durante la hora y media que dure la clase luchará estoicamente para conseguir esa forma tan exótica como desafiante que ve “hecha carne” en sus compañeros más avezados. ¿Es posible creer que José encontrará en esa clase la herramienta para empezar a bajar su nivel de exigencia y/o presión?
María no sufre de stress y decide probar una clase de yoga por simple curiosidad. Se anota en una clase grupal y a la media hora se felicita por haber conseguido esa forma tan exótica como desafiante que propone el profesor. Se siente vital y rejuvenecida al terminar la clase. Es tal su entusiasmo que al cabo de un mes decide empezar a practicar todos los días en su casa y por su cuenta. Lo que más practica son los arcos ya que es lo que mejor le sale y para lo que, se convence, “evidentemente nació”. Al cabo de seis meses se levanta como todas las mañanas, hace su práctica, prepara su desayuno pero se le cae la tostada con mermelada justo cuando estaba por llevarla a la boca. Se agacha para levantarla y ése es el último movimiento de su espalda por los próximos tres días. Consultas, inyecciones,dolor de por medio confirman su lumbalgia producto del pinzamiento nervioso que responde a la acentuación desmedida de su curva lumbar. Pero ¿cómo? ¿No era que el yoga era óptimo para su columna?
Juan estudió los beneficios de la postura “sarvangasana” (paro de hombros o a veces conocida como “la vela”) y en todas las fuentes consultadas confirmó el beneficio de esta postura en la activación de la glándula tiroides. Como Juan acaba de ser diagnosticado con hipotiroidismo, no tiene dudas de que, aparte de la medicación indicada, “su postura” de por vida es y será sarvangasana. Así es como decide practicar la postura no menos de 5 minutos cada día. Un año después Juan está contento porque ya no sufre de cansancio extremo y su digestión mejoró notablemente. Todavía no pudo constatar fehacientemente si fue producto de la ingesta prescripta de T4 o de sarvangasana pero prometió respondernos más adelante cuando termine sus sesiones de kinesiología; producto de su más reciente rectificación cervical…
Dolores se considera una practicante experta. Hace quince años que practica yoga y en sus clases grupales ya comenzó a aplicar bandhas (cierres y/o contracciones de determinadas zonas específicas del cuerpo que suelen acompañar a determinadas posturas y/o ejercicios de respiración). Los bandhas no son para novatos; ella lo sabe muy bien. Por eso ahora que fue iniciada en los tres bandhas sabe que está en otro nivel de su práctica. Se siente más liviana y rebosante de energía. Dolores trabaja como azafata y los cambios horarios siempre produjeron estragos en su nivel de vitalidad. Es por eso que ya se decidió a incorporar los bandhas a sus ejercicios de respiración matinales. Ahora sí que puede disfrutar de los efectos profundos del pranayama, se dice. Tres años y muchos bandhas después Dolores deduce que el efecto revitalizador de sus ejercicios matinales no alcanzan a contrarrestar el cansancio que le genera su reciente problema de incontinencia urinaria. Pasará mucho tiempo hasta que alguien le ayude a relacionar esto último con la aplicación desmedida de bandhas.
Cualquier similitud con la realidad NO es pura coincidencia. No necesitamos ser expertos para, al menos, ensayar una respuesta a estas preguntas. Por más que a los sinceros y fieles practicantes de yoga no nos guste hablar de las malas aplicaciones, o las mal llamadas prácticas de “yoga”, los riesgos existen. Y quizás estos errores o efectos no deseados, lejos de generar miedo o aversión, revistan un matiz positivo al expresar los efectos concretos y poderosos que tienen las herramientas de esta antiquísima sabiduría. Las herramientas de yoga producen efectos tan concretos como profundos; es, al menos, irresponsable aplicarlos indiscriminadamente.
Toda mi experiencia como alumna y profesora de yoga es indudablemente positiva. Sin embargo, las recetas aplicadas masivamente, sesgadas por las tendencias de moda, lideradas por personas sin la suficiente formación, experiencia, conciencia, compromiso y vocación de servicio tienen sus consecuencias. Así como también lo tiene la inconciencia de quienes se autodiagnostican “recetas yóguicas” online o quienes copian las fórmulas del último bestseller rankeado en el diario del domingo. En cualquier caso, es responsabilidad de cada uno limitar la costumbre de “automedicarse” como así también es la responsabilidad de cada profesor buscar y dar lo mejor de sí mismo, después de haberse respondido estas simples preguntas.